EL TOBOSO(TOLEDO)

De Mota del Cuervo a El Toboso hay una distancia de unos trece kilómetros aproximadamente, así que decidimos acercarnos para conocer esta localidad de profunda evocación quijotesca.

Dimos un pequeño paseo por el pueblo, siguiendo unos letreros con frases que Cervantes escribió en su famoso libro inspirándose en este rincón del mapa. Así fue como llegamos hasta la iglesia de San Antonio Abad, de estilo gótico tardío, donde nos hicimos una foto con el santo en cuestión, que según cuentan fue un gran amante de los animales. En una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos que estaban ciegos, San Antonio los curó, así que la madre no se separó de él jamás y lo defendía ante cualquier peligro, por eso la imagen de San Antonio está unida a la de la jabalina, compañera fiel del mismo.

Tras atravesar una pequeña plaza empedrada, llegamos a la misma puerta de la casa de Dulcinea. Data del S. XVI y perteneció a una de las familias más ilustres de El Toboso, los Martínez Zarco de Morales; sus escudos se pueden ver en la fachada. En época de Cervantes fue habitada por Don Esteban y Doña Ana, su hermana, quien inspiró el personaje de Dulcinea.

Junto a la casa, un pequeño callejón despertó mi curiosidad. Una puerta en piedra formando arco daba acceso a una pequeña plaza repleta de vegetación, un rincón con cierto aire romántico donde encontramos un convento de clausura de la orden de las hermanas de Santa Clara.
Se puede acceder a una pequeña sala para comprar los dulces típicos que elaboran las monjitas; los más tradicionales son los "Caprichos de Dulcinea". Ardorina y yo aprovechamos el momento de la compra para interrogar a Sor María del Camino, una mujer muy mayor que nos contó que llevaba 60 años viviendo allí dentro, desde que dejó atrás su Pamplona natal. Sólo había salido del convento en contadas ocasiones para ir al médico o por alguna urgencia. Desprendía paz y serenidad a raudales. Nos dijo que nunca se aburrían porque no tenían tiempo. Antes vivían de lo que cosían, ahora se mantienen con las pastas que preparan y venden. Rezan todos los días por el mundo entero. La conversación fue muy interesante. Era difícil no sentir la energía positiva que transmitía esta mujer.
Salimos de allí con dos cajas repletas de dulces monacales, dos calendarios santorales, dos rosarios con perfume de rosas y la emoción impregnada del bombeo rápido del corazón.

Hay que ver la cantidad de mundos que existen dentro del mismo mundo. Las vidas tan distintas.
La clausura, el mismo lugar cada día, la misma rutina, el mismo escenario, las mismas caras, la ausencia de contacto con el exterior, y sin embargo, parecen ser absolutamente felices con el destino elegido.

Pd. Las fotos en la puerta del convento de Santa Clara son de Ardorin, que conste en acta.